viernes, 14 de marzo de 2014

PONENCIA PARA EL "SEGUNDO RECITAL DE SIERRA MORENA POESÍA"

ÉTICA, ESTÉTICA, EMOTIVIDAD Y RITMO EN EL POEMA

Siempre he dicho a mis alumnos que a través de la lectura tienen el privilegio de conocer el pensamiento de los hombres más sabios de la Humanidad; también, que pueden dialogar con ellos ya que la lectura permite pararse y reflexionar sobre lo que se está leyendo, dejar volar la imaginación, cuestionar e incluso construir alternativas ficcionales propias. Les digo así mismo, que entre los autores sugeridos o de su elección descubrirán que los buenos poetas van a cautivarles y emocionarles intensamente. Porque la poesía es pasión, placer, reflexión, ironía, humor, crítica… Características todas contenidas en himnos, odas, elegías, sátiras, epitalamios, madrigales, canciones, églogas… Pero sobre todo es la belleza que nos emociona en y por la palabra.

            Decía Homero que los poetas mienten mucho, y Pessoa que los poetas mienten para decir la verdad. Así, pues, de acuerdo con estos dos prohombres, afirmamos que la poesía persigue la belleza que nace de la sinceridad del poeta, puesto que si este miente es para transmitir la verdad de su creación con la convicción de que la palabra es una herramienta poderosa para construir lo inexistente, aunque siempre a partir de lo anteriormente dado: nada surge ex nihilo.

Ahora bien, como enseñaba Sócrates, la verdad y la belleza han de formar un triángulo unitario con la bondad. No creemos por lo tanto que se deba buscar la belleza poética en la maldad, pero sí que pueda utilizarse la expresión de motivos perversos para provocar la repulsión de estos, para despertar en suma una carga emotiva en el lector de tal manera que, al rechazarlos, tienda por contraposición a sus contrarios y así llegar a la belleza socrática que para nosotros es sinónimo de belleza poética. De manera que el poeta convierte lo feo en bello con el talismán de la ternura, de la compasión, del amor. Es así cuando canta a la vejez, a la enfermedad, a los seres humanos que la Naturaleza ha hecho deformes; puede incluso cantar a las moscas, al cubo de la basura, a una simple cebolla…

            Y lo hace por la fuerza de la palabra que es más poderosa que la paleta del pintor, que el cincel del escultor y que cualquier otra herramienta que emplee el artista; no en balde se dice en el Génesis que al principio era el Verbo. Así que si hubiésemos de establecer una jerarquía entre las artes, no me cabe ninguna duda de que la poesía debería ocupar el primer lugar. Su propio nombre que viene del griego a través del término latino “poiesis” significa creación, realización, hechura… El poeta es, por lo tanto, el creador por antonomasia.

Y no hay nada más hermoso que la creación sin más recursos que el don de la palabra que materializa la abstracción del pensamiento: no podemos concebir la idea sin el soporte lingüístico, y no hay nada que nos eleve más sobre el resto del mundo animal que el pensamiento que nos asemeja a la divinidad.

Todo ello es incuestionable, pero hay que añadir que tampoco hay nada que dirija mejor nuestra capacidad de raciocinio hacia el bien como lo hace el vínculo del pensamiento con la sensibilidad, con la empatía hacia los demás seres humanos en la convicción de que somos interdependientes y partes de un todo al que debemos cuidar con amor.

¿Acaso el poeta no siente el latido del cosmos en un insignificante vuelo de pavesas, o en el temblor de una mariposa, o en el llanto de un niño? ¿No se conmueve ante la inmensidad del universo, ante la existencia de la vida y de la muerte, ante el ser y la nada? Todo es digno de su canto y su canto es digno de todo.

Sin embargo, Platón veneraba la poesía y menospreciaba a los poetas; porque para él la poesía era la palabra de los dioses y el vate un simple instrumento de la deidad, un poseído de los dioses que según él hablan por boca del poeta…  

Pero nada más lejos de la realidad: nosotros sostenemos que el poeta es un ser humano, dotado de una sensibilidad a flor de piel, que ama la palabra porque le sirve para comunicar la emoción que previamente ha experimentado; y lo hace con oficio y con voz propia, buscando siempre la culminación de la belleza en su obra.

 De aquí que sean vanas las controversias sobre si el poema debe ser o no rimado, de si los versos deben ser libres o medidos, de si la prosa cabe o no en la lírica…

Bien es verdad que actualmente tendemos a identificar poesía con lírica, y que no se concibe esta última sin los dos elementos considerados como esenciales por la crítica literaria y que como sabemos son la eminente carga emotiva del poema y su ritmo externo e interno. Ambos dependen a su vez de los dos polos del signo lingüístico: de una parte, el significado con sus connotaciones e imágenes conceptuales y sensitivas; de la otra, el significante con su soporte fonético y sus imágenes rítmico-melódicas. Entre estos dos polos se mueve la carga emotiva del poema; de tal manera que oscila entre uno y otro.

Recordemos Altazor, la gran obra de Vicente Huidobro, que comienza con una carga notoriamente conceptual para irse despojando de ella en su acercamiento progresivo a la pura musicalidad, al sonido rítmico y al grito como expresión final del sentimiento desgarrado en que desemboca. Nadie ha representado nunca tan bellamente esta faceta del modernismo. Ritmo y emoción, emoción y ritmo…

El ritmo es fundamental. Diremos, parodiando a Octavio Paz en el Arco y la lira, que las palabras se juntan y separan atendiendo a ciertos principios rítmicos. Y que si el lenguaje es un continuo vaivén de frases y asociaciones verbales regido por un ritmo secreto, la reproducción de ese ritmo nos dará poder sobre las palabras. El poeta crea su universo verbal utilizando las mismas fuerzas de atracción y repulsión. Su modelo es el ritmo que mueve a todo el idioma.

En la misma obra señala Octavio Paz que el ritmo es inseparable de un contenido concreto y que otro tanto ocurre con el ritmo verbal: la frase o "idea poética" no precede al ritmo, ni éste a aquella. Ambos son la misma cosa. En el verso ya late la frase y su posible significación. Por eso hay metros heroicos y ligeros, danzantes y solemnes, alegres y fúnebres.

La creación poética consiste, en buena parte, en esta voluntaria utilización del ritmo como agente de seducción.

 Queda claro, por tanto, que para nuestro autor no hay poesía en sentido estricto desprovista de ritmo.

Pero, entonces, ¿qué sucede con los poemas en verso libre, en versículo o, incluso, con la prosa poética? ¿Acaso están desprovistos de ritmo? Naturalmente, nuestra respuesta es rotundamente… NO.

            Como sabemos el verso libre nace en la segunda mitad del siglo XIX. El primer poeta notable que lo práctica es Walt Whitman, que se inclina por un tipo de verso irregular de gran extensión (el versículo), inspirado en la versión inglesa de la Biblia.

Algunos poetas simbolistas franceses, como Gustave Kahn y Jules Laforgue, que lo introdujeron en Francia, adaptan esta forma de expresión a sus necesidades, separándose así del preciosismo parnasiano, cuyas formas sentían agotadas.

-Stéphane Mallarmé resume así su postura:
Asistimos ahora a un espectáculo verdaderamente extraordinario, único, en la historia de la poesía: cada poeta puede esconderse en su retiro para tocar con su propia flauta las tonadillas que le gustan; por primera vez, desde siempre, los poetas no cantan atados al atril. Hasta ahora […] era preciso el acompañamiento de los grandes órganos de la métrica oficial.¡Pues bien! Los hemos tocado en demasía, y nos hemos cansado de ellos.

Y León Felipe expresa su renuncia a las
imposiciones del artificio de la medida y de la rima en los “Prologuillos” a sus Versos y oraciones de caminante:

Deshaced este verso,
quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma...
Aventad las palabras...
y si después queda algo todavía,
eso
será la poesía.

¿Entonces, qué pasa con el ritmo en esta modalidad de poemas?

De nuevo recurrimos al Arco y la Lira donde se dice:
El ritmo es un imán. Al reproducirlo —por medio de metros, rimas, aliteraciones, paronomasias y otros procedimientos— convoca las palabras.

Es decir que, además de metros y rimas, tenemos otros procedimientos como la aliteración, la paronomasia, el paralelismo, la anáfora, la epanadiplosis, el polisíndeton, la dilogía, la antítesis, el símil, la paradoja, la metáfora, el retruécano… En suma, las llamadas figuras de palabra y de pensamiento que todo poeta conoce intuitivamente o por oficio.

Mas, ¿qué duda cabe?, a pesar de las reacciones cuasi viscerales en contra de la rima y de la métrica, a las que acabamos de aludir, nosotros nos seguimos emocionando con los sonetos de Francisco de Quevedo o de Luis de Góngora, con los romances de García Lorca o las sextinas de pie quebrado de Jorge Manrique, con las décimas de Vicente Espinel o las liras de Garcilaso de la Vega… Porque la poesía o es poesía o no lo es.

El otro elemento fundamental del poema es la emotividad. Para ello previamente hemos de marcar una línea que separe lo que entendemos propiamente como poesía, o más exactamente como poesía lírica, de los demás géneros literarios.

Pero a veces esta línea es francamente difusa entre lo lírico, lo épico y lo dramático. Véase si no: ¿a partir de qué grado de emotividad estaríamos ante un poema lírico?, ¿qué cantidad de elementos narrativos debe haber para que sea épico?, ¿cuál ha de ser la extensión de un texto dialógico para que sea considerado como dramático?

En el salto de la cantidad a la cualidad es lógico que dudemos a veces sobre si un poema pertenece a uno u otro género: es el caso de muchos romances que podríamos considerar como épico-lírico-dramáticos: La esposa infiel, La infantina o La bella malmaridada pueden servirnos de ejemplos, puesto que en ellos tenemos una voz narrativa que introduce un diálogo cargado de lirismo entre diversos personajes.

Llegados a este punto hemos de señalar que un verdadero poema siempre se sitúa en un momento histórico determinado. Según Borges, la abstracción es un obstáculo para el interés de la poesía, Interés que consiste en conservar —en la lectura— las emociones de las que la poesía surge, experimentadas ante las circunstancias esenciales de las cosas. De ahí que estimemos gratuito o interesado minusvalorar la llamada poesía social. A veces la palabra, como afirmaba Gabriel Celaya, es un arma cargada de futuro; por medio de ella intentamos contribuir a que cambie lo que está mal. En la patria chica de Séneca, con este buen saber de Andalucía que hace honor al gran estoico, se le dice a los niños: no hagáis esto que está muy feo,  identificando así lo feo con lo malo. Pues de la misma manera el poeta identifica la belleza con la bondad, y crea su obra con la verdad de su inmanente realidad emotiva que le hace más humano.

Nosotros no admitimos dogmatismos en el quehacer poético bien sea en el contenido bien en la forma; antes bien, consideramos fundamental la plena libertad del poeta para elegir el tema que en cada momento toque su sensibilidad. Cuando leemos el Cantar de Mío Cid no pensamos que se trata de un panfleto político; y, sin embargo, en su época tenía mucho de panfletario como nos muestrael análisis de  Carlos Blanco Aguinaga, Julio Rodríguez Puértolas e Iris Milagros Zavala en su Historia social de la Literatura española.

Lo mismo ocurre con parte de la obra de grandes autores como Rafael Alberti,  Miguel Hernández,  León Felipe, Ángela Figuera Aimerich, Blas de Otero, José Hierro, Francisco Brines, Ángel González, Félix Grande, … y un sin fin de eminentes autores entre los que hemos de incluir a jóvenes poetas que no se encierran en su torre de marfil ante las injusticias sociales que padece en estos tiempos gran parte de la Humanidad.

Convengamos por lo tanto en que el término panfleto se usa con excesiva frecuencia para descalificar auténticas obras de arte que incomodan a los sistemas político-sociales de todas las épocas históricas y lugares geográficos conocidos. Ya hemos dicho que Platón desconfiaba de los poetas, para él eran perniciosos; y por eso, en su obra La República, los condenaba al ostracismo. Y así ha sido siempre para el poder cuando estos se comprometen y luchan con la fuerza de la palabra contra todo obstáculo en la marcha hacia la dignificación del ser humano.

Compañeras y compañeros poetas, amigas y amigos todos, se ha dicho, y los defensores del arte por el arte lo tienen a gala aunque otros de ninguna manera lo suscribiríamos, que la poesía es el arte de lo inútil. Pero, como decía Friedrich Nietzsche a los utilitarios en La Gaya Ciencia: “La hermosa – y salvaje irracionalidad de la poesía os refuta, utilitarios! ¡Precisamente el deseo de liberarse de la utilidad - eso ha elevado al hombre, eso le ha inspirado la moralidad y el arte!”

No obstante, sensu contrario, Felix Grande, nuestro gran poeta recientemente fallecido, sostiene en su última conferencia pronunciada en la Fundación Juan March que la poesía es salvífica, que “sirve para salvarse la vida, para consolarnos”… Y, para corroborarlo,  nos cuenta una experiencia traumática que tuvo en su niñez y que le hizo sentir angustia y miedo durante toda su vida: su madre traumatizada por los acontecimientos vividos en la guerra intentó suicidarse varias veces; en una de ellas corrió hacia el brocal del pozo de su casa para tirarse adentro, el niño presenció la escena y vio cómo su padre llegó a tiempo de abrazarla por detrás y, así, abrazado a ella y musitándole con ternura palabras de consuelo pudo evitar el fatal desenlace.

Pues bien, esa angustia, ese miedo lo llevó siempre consigo nuestro poeta, y él nos asegura que fue este mismo miedo el que lo condujo a su relación con las sagradas palabras, a su salvífica relación con la poesía.

Todos vosotrosnos dice -  sabéis que hay algún instante en vuestra noche en el que todo lo malo crece, toda la tiniebla se espesa, todo lo espantoso parece no cesar nunca… Y entonces vemos con claridad absoluta algo que nos puede destruir… En esta situación – sigue contándonos - son los versos de Antonio Machado los que te salvan…  - y los cita literalmente -  En mi soledad// he visto cosas muy claras// que no son verdad. - y los repite cadenciosamente: En mi soledad… he visto cosas muy claras… que no son verdad… Hay algún momento en la noche… en que necesitamos que alguien nos diga eso… porque si no podemos destruirnos… podemos dejarnos destruir… y entonces viene Don Antonio… y nos dice esas cosas… y nos ayuda… y nos salva la vida…Ya veis… la poesía sirve […] para salvarse la vida.

Después de estas palabras de nuestro querido poeta fallecido hace tan solo cuatro semanas, ¡qué más se puede añadir que refuerce la inconmensurable utilidad de la poesía; el infinito poder de la sagrada, de la excelsa, de la divina palabra poética.

            Congratulémonos, pues, queridas y queridos colegas, por nuestra entrega generosa al humanamente divino quehacer poético, y por encontrarnos en este hermoso pueblo enclavado en el marco de la Sierra Morena; la sierra adonde Miguel de Cervantes condujo a nuestro Don Quijote para hacer penitencia y merecer a su musa Doña Dulcinea del Toboso. Que nuestra Dulcinea sea ahora, amigas y amigos todos, este poético pueblo de Baños de la Encina en nuestro “Segundo Recital de Poesía de Sierra Morena”. Gracias… Muchas gracias.




Copiright Antonio Capilla Loma

2 comentarios:

  1. Muchísimas gracias, amigo Antonio, por compartir tan excelente información y por conceder me el privilegio de ser su amigo y compartir momentos felices e inolvidables en nuestros encuentros poéticos. Abrazos para ti y Raquel de Carmen y míos.

    ResponderEliminar
  2. Gracias a ti, Juan, por tu amistad. Abrazos también para vosotros de Raquel y míos.

    ResponderEliminar