Caballero por tu porte y nobleza,
paladín de justicia e igualdad,
combatiente infatigable en la guerra,
decidido soldado de la paz.
A la muerte mostraste el pecho abierto,
con valor empuñaste tu fusil,
por amor a los tuyos y a tu pueblo
sin dudar fuiste al frente a combatir.
Alentaba tu arrojo al compañero,
sin desmayo peleabas por un fin:
conseguir con los hombres que lo fueron
las cadenas de la vida destruir.
Quien te vio, miliciano del amor,
y midió junto al tuyo su fusil
contempló con orgullo a un español
que se dio como tal al combatir.
Sufrió España un puñal y mil heridas
y acabó la contienda amargamente,
mas la fuerza de tu lucha no declina
que tu afán en el nuestro se mantiene.
La poesía participa de la musicalidad de los sonidos lingüísticos sabiamente combinados y de la significación de las palabras: no hay poesía sin comunicación. El creador escribe para ser leído. Aunque el mensaje poético es bello por definición, el artista no crea su obra para encerrarla bajo siete llaves. Esta es la grandeza, pero también la contingencia del poeta: la obra sin el destinatario es como un bebé al que se deja morir por inanición.