Este temporal de nieve retrotrae a un niño sevillano a su infancia cuando llega emigrado a Madrid.
En diciembre del 62, aún no conocía la nieve porque en su pueblo natal nieva cada 50 años, así que para él fue un espectáculo y una auténtica delicia la gran nevada que intermitentemente durante tres días cayó en la capital del "impero" en donde a pesar de los pesares se pone el sol cada día.
Así, pues, comparto con vosotros, amigos y amigas, un poema de EL FUEGO EN LA PALABRA en que la nieve, como en estos días, es motivo del canto:
HAY QUE SOÑAR LA VIDA...
PARA VIVIR EL SUEÑO.
Me lo has contado en noches
de vino y gloria, viejo.
Y siempre he percibido en tu recuerdo
la nostalgia de lo ido sin retorno,
el alegre dolor
cuando te echas un trago,
esa sangre de historia
bebida de tus labios.
A pesar de esta nieve
que ya puebla mi barba,
musitabas sin prisa
enlazando en la mía tu mirada,
conservo en el cuaderno
de mi existencia larga
la imperturbable imagen
de aquel niño emigrado
y venido del sur.
Yo tengo entre mis notas
la imagen de la casa
de mi primera infancia
ubicada en mi pueblo
que es un pueblo andaluz.
Epifanía en las páginas
de una infancia truncada...
Después viene la noche
pintada por mi madre,
noche cruda de enero
y sin embargo amable
noche de fantasía.
Porque yo vine al mundo
cuando el aire enfriaba
de mi casa los muros.
Y tocando los nimbos
con sus manos de brujo
convirtió sus gotitas
en los copos más puros
de la nieve más fina.
Y esa noche embrujada,
Cantillana querida,
el invierno extendió
en tus plazas y calles
y en tus montes y campos
tanta nieve del cielo
como nunca pensaste.
Y tus gentes gozaron
con la nieve de ensueño
de un invierno de encanto,
de un invierno de cuento,
Hoy, que es noche de enero,
me parece estar viendo
de madera la cuna
tiritando de frío.
Y en aquel dormitorio
pesadillas nocturnas
con fantasmas y monstruos.
en el sueño de un niño.
Y una madre de azúcar
musitando palabras
y oraciones balsámicas
al chiquillo en la cuna.
Luego en mi juventud,
como antaño los druidas
con sus manos divinas
y sus ojos de luz,
he sabido alcanzar
el poder colosal
de conformar mis sueños...
Y en mis luchas y afanes
contra los hechiceros
he sabido ahuyentar
esos sueños maléficos
que mis noches poblaron.
Así que, amigo, ya nadie podrá
arrebatarme este ungüento feliz
que me alivia la herida
de la humana existencia.
Yo te vi tan contento
con tu mágico hallazgo
que grabé en mi memoria
las palabras salvíficas
que me llegan de nuevo
y que pongo en tus labios:
“Hay que vivir el sueño
para soñar la vida
y la vida soñar
para vivir el sueño.”
Luego al fin proseguías,
tu mirada en la mía:
¡Cuántas bellas imágenes
ilustran mi cuaderno!...
Al llegar a Madrid aún recuerdo
su grandioso paisaje
de ladrillo y asfalto,
esa faja de nieve
que mi mente dibuja
con un blanco de luna
en armiños de ensueño,
aquel niño aterido
con abrigo de enero
y zapatos de frío...
Imaginaos en fin
el suelo de Madrid
cubierto de esa nieve
que yo no conocía
como harina muy fina
de trigo candeal
y la ciudad la artesa
para amasar el pan
bregado de la vida...
Porque esto fue quizás
metáfora y presagio
de lo que fue mi hallazgo
de lo que fue mi encuentro:
el sueño de un pan mágico
que yo creí soñar,
el pan de un sueño extraño
que se hizo realidad.
Porque yo sigo el rumbo
al menos de una idea
de la que tú también
puedes estar seguro,
puedes estar contento:
“Hay que vivir el sueño
para soñar la vida.
Y la vida soñar...
para vivir el sueño.”
Antonio Capilla Loma, en EL FUEGO EN LA PALABRA, Editorial Huerga y Fierro, Madrid, 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario